jueves, 3 de enero de 2013

Iglesia, drogas y libre albedrío

GASPAR FRAGA. Director editorial de la revista CAÑAMO (http://www.canamo.net). Artículo publicado en Iniciativa Socialista número 73, otoño 2004
Adán y Eva comieron el fruto prohibido del arbor scientiae, ofrecido por el animal más heterodoxo y underground, y esa experiencia edénica del mordisco al fruto del árbol del conocimiento expulso del paraíso a la pareja primigenia, castigada a “ganarse el pan con el sudor de sus frentes”.
Toda una metáfora, muy cercana a lo que podía ser la primera idea sobre el sometimiento del proletariado; idea que Marx rechazó con otra célebre metáfora: “La religión es el opio de los pueblos”.

La Iglesia justifica su intervencionismo en el problema de las drogas por su proximidad al suicidio; acto humano, de libre albedrío, para el que la Iglesia sólo promete el averno. E, igualmente, para el consumidor de drogas también reserva el paraje infernal… ¡aunque  en vida!
Desde que en 1834 se abolió la Inquisición en España, los intentos para desvincular a la Iglesia del Estado, salvo en el caso de la “desamortización” de Mendizabal en 1836, han sido tímidos, cuando no raros, pues ni la Constitución de 1869 ni los desordenados y cortos once meses de vida de la I República (1873) lograron apartar de los asuntos y administración estatal a la Iglesia. De manera que no fue hasta la proclamación de la II República, el 14 de abril de 1931, cuando, por primera vez en la historia de España, la influencia eclesiástica  es clara y tajantemente apartada del control de la sociedad civil gestionada por el Estado laico republicano.
Pero, tras de la Guerra Civil (1936-1939) y la victoria de los rebeldes apoyados por la Iglesia, bien consolidado ya su régimen, Franco firmó en 1953 el Concordato con la Santa Sede, bajo el papado de Pío XII.
Tratado que renovó privilegios a la Iglesia española y que nuevamente garantizó su injerencia en la educación y el funcionamiento de la sociedad española, situación que se mantuvo hasta la transición constitucional de 1978. Injerencia y privilegios “adquiridos” históricamente que aún se continúan a pesar de la denominación del Reino de España en la Constitución como Estado laico.
Hace pocos meses, las declaraciones del cardenal Rouco en contra de los derechos de los homosexuales y a favor del estamento familiar, junto a sus comentarios de que el reconocimiento de dichos derechos eran un grave perjuicio para la Seguridad Social y la Hacienda Pública administradas por el Estado, son otro ejemplo de la injerencia eclesiástica.
Y aún más recientemente (20/09/04), el obispo de Jerez de la Frontera, en su comunicación titulada La Iglesia, la familia, la mujer, denunció la “larga campaña que el laicismo más beligerante” viene librando contra la cultura y valores del cristianismo.
Dos ejemplos actuales que tienen su antecedente en las sonadas campañas promovidas por el recién fallecido cardenal Marcelo González contra la Ley del Divorcio (1981) y contra la misma Carta Magna de 1978, a la que tildó de “ser atea”, anatematizando a toda la sociedad española, laica otra vez desde ese año por derecho constitucional.
Desde siempre las iglesias –sean cuales fueren, pero la católica con mayor ahínco– han querido confundir las ideas y comportamientos de sus fieles.
El libre uso de la palabra, está mediatizado desde la “confusión” de la Torre de Babel y posteriores dogmas de fe han proscrito cualquier desviación heterodoxa del pensamiento cristiano (arrianos, cátaros, valdenses, illuminatti, místicos, etc.).
De modo que si mencionar el pecado es poder convocar al diablo, cuando se trata de libertad de expresión para la Iglesia todo se puede descontrolar.  Por tanto, tolerar el consumo de cannabis (de drogas, en general), como alterador de la conciencia –y desinhibidor del entendimiento imbuido por imposición religiosa–, como experiencia hedonista y existencial, es cuestión prohibida, pecaminosa y fuera de todo dogma eclesial.
Y, sin embargo, algo que poseía un efecto alterador de la conciencia, como era en su origen la Eucaristía, hoy es sacramento en el que ni el pan es pan ni se reparte el vino y que, simbólicamente, sólo sirve para obnubilar el entendimiento de la feligresía.
Sacramento “trucado” a través de cuya administración se desea mantener la creencia de que el sacramentado se “transubstancia” para estar próximo a la epilepsia con Dios.
Cuerpo-pan que se adhiere al paladar sin “colocar”; substancia incapaz de transignificar al ser humano. La Eucaristía es pues un acto ineficaz en el sentido que daban a estos actos de catarsis los ritos clásicos eleusinos o délficos, destinados a proporcionar la in-divinación, la presencia divina en el interior del sacramentado, en su comunión conducente al conocimiento del dios dentro suyo. Comulgantes, el hombre con su dios, ambos portadores ya de la divinidad, se mezclaban en la visión alterada de la conciencia del creyente.
En términos meramente católicos, a partir del trucaje in-divinativo de creerse a salvo de todo mal viaje –al infierno– mediante la ingesta de la hostia, debería observarse la gula (un vicio capital) como otra imposición religiosa, que no obstante ser de prohibición, el fiel católico de misa dominguera suele transgredir a menudo, bien sea por un hartón de fabada asturiana, exponiéndose a un “cólico miserere”, o bien por el delírium trémens como alcohólico crónico. Y, siendo ambas sustancias legales –”como Dios manda”–, aunque sí vicio por moral religiosa (¿hay gula en la adicción al tabaco?) hay escasa o nula crítica eclesial.
Pero cualquier otra sustancia, –sobre todo ilegal–, capaz de revelar o alterar la identidad, la visión mortal de la divinidad, a pesar de poder ser también un estado eucarístico, para la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana (póngase acento daliniano), no vale; es sustancia pecaminosa que debe llevarse al confesor so pena de acabar en el infierno quienes la ingieren.
Iglesia, droga y toxicomanía(1), es un documento apocalíptico, a modo de manual, editado por la Pastoral de la Salud (ministerio de sanidad del Vaticano), en noviembre de 2001. Por su carácter admonitorio, moralista, es otro intento de injerencia en el comportamiento de la sociedad laica universal. Es un manual que por presentación y contenidos, falto de fuentes científicas serias de referencia, ostenta un claro amarillismo informativo.
La estrategia de la Iglesia de hoy, ya en el siglo XXI, aún consiste en alarmar a su parroquia con miedos de tiempos preilustrados sin reconocer los cambios sociales post-industriales ni querer admitir las costumbres de nuestra era tecnológica. De tal forma es, que todo el ideario y comportamiento del ser humano actual tiende a desenmascarar y rechazar cualquier fundamento de fe con que la desacreditada Iglesia se obceca en mantener a flote sus dogmas.
Semejante a una gran estafa para creyentes inópicos, quiere salvar sus privilegios y seguir disfrutando del gigantesco patrimonio obtenido a lo largo de 2000 años con fraude espiritual para continuar anunciando el perenne “milagro” salvador de la humanidad, su catecismo, como mejor oferta en venta de su obsoleto catálogo. No obstante su descrédito –sobre todo entre la juventud–, movida por la paranoia de la paulatina y progresiva pérdida de poder, la Iglesia se revuelve excretando homilías, anatemas y condenas a diestro y siniestro. De hecho “mira la paja en el ojo ajeno sin ver la viga en el propio”, pues muy a su pesar, la Iglesia ha de estar ya acostumbrada a leer noticias casi a diario sobre sus curas pederastas e, incluso, drogadictos, como las referidas a Marcial Maciel(*), fundador de la secta Legionarios de Cristo (en la que parece milita la ex "primera dama" Ana Botella).  Pero esto sólo es un "accidente", aunque son estos accidentes los que proporcionan a la Iglesia su acérrima vindicación contra desviaciones que suceden en su interior y que tratan siempre de ocultar a la opinión pública, al tiempo que no admiten sucedan en la sociedad laica y de ahí su pertinaz intervención en ésta. Y es que, como señala José Manuel Vidal, periodista especializado en lo religioso, “la Iglesia católica no se ha adaptado al momento actual, que exige mensajes claros y muy directos (…), no sabe comunicar”. Este periodista, corresponsal religioso de El Mundo, añade que “en España la imagen institucional de la Iglesia es de las peores. Está a igual nivel que la Policía y el Ejército”.
En el mencionado manual Iglesia, droga y toxicomanía, el Vaticano dice que “el ser humano no tiene derecho a dañarse a sí mismo” y, haciéndole así esclavo de su mandato, añade que tampoco lo tiene “a abdicar de su dignidad personal”, sancionando con inapelable moral cualquier desviación que el ciudadano laico muestre en su actuación social. El manual recurre al chantaje diciendo que “la droga ataca no sólo al mundo juvenil sino también al infantil”, culpando a los padres, principalmente, y también a políticos y educadores, de la responsabilidad que tienen en caso de legalizar las drogas, pues ello llevaría a la “destrucción de futuras generaciones”. Apela la Iglesia no sólo a los valores antedichos, sino que, entrando en camisa de once varas, inmiscuyéndose otra vez en el ordenamiento del Estado laico, recomienda al mismo Estado como “velar por el bien común (…) protegiendo los derechos, estabilidad y unidad de la familia” que salvaría al mundo del daño de las drogas. Y señala que si no hay demanda no habrá oferta (verdad de Perogrullo), agregando que la prevención reside en la educación con “valores que dignifiquen la vida” y que la demanda de droga decrecerá con “el profundo sentido del amor y del sexo”: aquí se preguntará el lector si este manual de la Iglesia es coherente con sus propios dictados acerca del sexo o si quien esto escribe no entendió bien. Pero, no hay error, así está escrito en el citado manual.
Peor aún es el documento Responsabilidad de todos, pastoral de Juan Pablo II (2). Aquí, el Papa abunda en lo mismo y dice que “la drogadicción juvenil es producto de la destrucción de la familia, herida de muerte por el divorcio, la permisividad de costumbres y falta de educación en las escuelas, tanto privadas como gubernamentales” (que no dice religiosas). El documento, en su apartado Por una vida digna, predica sandeces tales como que las drogas se apoderan de la voluntad de los seres por “las fuertes sensaciones de placer (cocaína), de fuerza y energía (heroína), y de liberación mental (alucinógenos como cannabis o LSD)”  añadiendo que “se posesionan del metabolismo, sistema nervioso y centros vitales”; es por ello que las drogas “atentan gravemente contra la dignidad de la vida”. Tras de este “cuadro clínico” es normal que el documento prosiga alarmando con la “enfermedad espiritual de los jóvenes”, pues les impide ser funcionales y convivir con los demás, así como “odiar todo lo que sea norma de urbanidad”. Hay en este documento descripciones equivocadas (¿fuerza y energía de la heroína?), así como de temor ante la “liberación mental” atribuida al cannabis y LSD. En definitiva, siendo ejemplo de la infalibilidad de Juan Pablo II no es un texto serio.
Y es que la “educación científica y religiosa son incompatibles”, según dijera el biólogo y matemático J.B.S. Haldane (3), quien añadía que “el clero ha dejado de interferir en el estado avanzado educativo, pero mantiene aún su control sobre la educación infantil”. Es decir, “los niños han de saber de Adán y Noé, en vez de saber de Darwin; de David que mató a Goliat, en vez de Koch que mató al cólera; sobre el ascenso de Cristo a los cielos, en lugar del ascenso de Montgolfier y los hermanos Wright”. Y aún prosigue Haldane, “se les enseña a aceptar afirmaciones sin evidencias demostradas, lo cual les hace fáciles presas de charlatanes para toda su vida”.
De modo que, cuando, como loros bien amaestrados, los redactores del manual vaticanista repiten las falacias, ya bien conocidas y refutadas por los estudiosos cannábicos, tan sólo están mostrando la hipocresía de sus argumentos religiosos contra el cannabis. Argumentos que son un desdén a la fuerza creadora del Dios que dicen defender, pues al contrario que otras muchas religiones que reconocen el valor intrínseco de las plantas para la sobrevivencia del hombre, el lobby católico –junto a otras iglesias del cristianismo protestante reformado– apoya la prohibición del cannabis (y otras sustancias ilegales) faltando al respeto del Gran Creador en Su obra universal. Así, el papa criticó la distinción entre drogas blandas y duras pues ésta “subestima el riesgo inherente de cualquier aproximación a los productos estupefacientes y en particular al problema de la dependencia” (4)
Para concluir… ¡Ojo! No se incita aquí al consumo de cannabis u otras drogas ni se juzga si la droga es algo bueno o malo. Sólo se defiende el derecho del libre albedrío de los adultos a decidir qué es lo bueno o qué es lo malo para sí mismos. La Iglesia no tiene autoridad ni derecho a recomendar qué sustancias se pueden o no se pueden consumir; como tampoco decir qué se debe o no se debe pensar. El ciudadano libre puede envenenarse lentamente o hacerlo súbitamente con la sustancia de su elección. Es decir, puede envenenarse libre y legalmente con tabaco, pero no con cannabis. O como cantaba el grupo madrileño Mil dolores pequeños, parafraseando al J. Stuart Mills de On liberty: “de la piel pa’dentro mando yo/las fronteras del Estado se acaban en mi piel”

NOTAS
1.- Iglesia, droga y toxicomanía, Pastoral de la Salud, Ciudad del Vaticano. 2001
http://www.conferenciaepiscopal.es
http://www.healthpastoral.org/emergentpains/drugs/lozdroga02_es.htm#castellano
2.- Las Drogas Responsabilidad de todos
http://www.laverdadcatolica.org/las%20drogas.htm
3- Haldane, John Burdon Sanderson (1892-1964); genetista y biólogo británico de origen hindú. Trabajó en la aplicación del análisis matemático a los fenómenos genéticos, en la teoría evolutiva y en los métodos para medir la unión de los genes. Entre otras obras, escribió Enzymes (1930), Heredity and Politics (1938) y Marxist Philosophy and the Sciences (1938).
4- Juan Pablo II recuerda que luchar contra las drogas es tarea de todos
http://www.aciprensa.com/notic1997/octubre/notic172.htm
(*) En http://arcanorevista.tripod.com/grandestemas/00017.02.html puede leerse:
DENUNCIAS CONGELADAS.-En 1997 dos ex Legionarios, José Barba y Arturo Jurado, que habían pertenecido a la Legión y que decían haber sido víctimas de abuso sexual por parte de Maciel iniciaron un proceso legal en su contra. En 1998, Jurado y Barba, junto al sacerdote Antonio Roqueñí, ex juez eclesiástico, buscaron en Roma.quien les llevara su caso entre la lista de canonistas autorizados por la Santa Sede y eligieron a Martha Wegan, una austriaca famosa por sus triunfos judiciales. Pero, en 1999 Wegan les dijo: ''señores, me indicaron que el asunto es muy delicado y está detenida la denuncia pro nunc'', o sea, en términos jurídicos significaba la virtual congelación del caso. "No hubo más explicación", narra Roqueñí. Quedó claro que era  una orden de arriba. (…) Maciel, el fundador de los Legionarios, por su parte, seguía recibiendo también órdenes de arriba: desde los años cincuenta hablaba a los jovencitos de lo peligroso que resultaba "retener el semen" (mal del que él podía curarles mediante masajes en la zona afectada) y les contaba del permiso que tenía de Pío XII para "efectuar en ellos sus liberaciones corporales". ¿Acaso recibía éstas órdenes mientras estaba bajo el influjo de la heroína o  la dolantina (opiáceo sintético) que se dice, consumía? Es difícil de saber, pero en 1997, las voces en su contra fueron rápidamente acalladas. Cinco años después vino la orden de arriba y Maciel pareció perder la gracia de Dios: en Estados Unidos estalló la bomba informativa en contra de los sacerdotes pederastas que fue  el detonador, la señal definitiva para denunciar a Marcial Maciel y a una buena parte de la Iglesia Católica.
Ver también, en El País 25/10/2004, "Nuevo testimonio sobre pederastia contra los legionarios de Cristo en España",
http://www.elpais.es/articuloCompleto.html?d_date=&xref=20041025elpepisoc_4&type=Tes&anchor=elpepisoc

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