miércoles, 27 de junio de 2012

EL DESTROZO EDUCATIVO por GREGORIO SALVADOR. de la Real Academia Española,

Fuente El Roto. El País.
EL DESTROZO EDUCATIVO por GREGORIO SALVADOR. de la Real Academia Española,
VIENE a visitarme, hasta mi retiro veraniego, uno de mis antiguos alumnos.
El haber tenido tantos, a lo largo de tantísimos años dedicados a la enseñanza, le  proporciona a uno, en la vejez, estas recompensas afectivas, la satisfacción de comprobar que hay muchos que  recuerdan con gratitud lo que uno pudo comunicarles en otro tiempo, que rememoran, cariñosamente, frases o sucedidos que uno tenía ya arrinconados o perdidos en la memoria y que forman parte, en cambio, de sus propias vidas, de su acervo biográfico, de su anecdotario habitual, que lo miran a uno con respeto e incluso con veneración.
Es uno de esos pluses profesionales de que podemos disfrutar los docentes.
Además de la natural prolongación familiar de la sangre que nos proporcione la posible descendencia: hijos, nietos, biznietos ya en mi caso, esta otra familia espiritual de los discípulos fieles y agradecidos, que nos proyecta hacia el futuro y nos liga con él, nos ayuda a sentirnos vivos y actuantes más allá de nuestras preocupaciones diarias.
Tal vez buena parte de la que se necesita para oír luego, sin descomponerse ni alterarse, lo que me cuentan otros profesores universitarios o de enseñanza secundaria, que se acercan hasta aquí alguna tarde o me llaman desolados por teléfono: para referirme iniquidades y agravios profesionales, ya habituales, los unos; para describirme el áspero y desbarajustado ambiente, a veces denigrante, en que realizan su labor los otros, muchos de los cuales extreman su angustia y me piden parecer sobre la posibilidad de abandonar el oficio de la enseñanza, que había sido para ellos proyecto ilusionante al acabar la carrera y es ahora degradante tribulación cotidiana, estéril e insufrible martirio, inmersos en ordenaciones estúpidas, sometidos a instrucciones onerosas, despojados de su propia razón profesoral en un sistema de enseñanza que se fundamenta en la aleatoriedad de los contenidos, en el menosprecio del saber.
El que se ha acercado hoy, desde Valencia, a visitarme es Fernando Estébanez, que fue alumno mío de sexto y preuniversitario en el Instituto de Astorga, allá por los primeros sesenta, y que luego estudió Filología Clásica. Lo que viene a comunicarme es que se ha jubilado voluntaria y anticipadamente: acaba de cumplir los sesenta años y supera los treinta y cinco de servicios, lo que le permite legalmente escaparse de una situación cada vez más incómoda, recuperar la tranquilidad de espíritu y hallar tiempo para seguir aprendiendo, que es al fin y al cabo lo que los profesores de verdad hemos hecho toda la
vida.
Me lo explica tal como lo ha argumentado en su instancia: «Me jubilo como catedrático de Griego de Institutos de Bachillerato, que viene a ser una acción fantasmagórica, pues ni existe ya el cuerpo de catedráticos ni el griego como asignatura ni propiamente el bachillerato. Así es que no dejo nada de lo que ha constituido mi vida; antes bien, recupero mis verdaderas capacidades y actitudes al liberarme de las confusas obligaciones docentes y de los engorrosos cometidos burocráticos en que se había ido convirtiendo mi labor».
Hablamos de todo eso: de aquel instituto en donde coincidimos, él de alumno y yo de profesor de literatura, de nuestro pasado en la enseñanza media, de la liquidación premeditada e inexorable del cuerpo de catedráticos, que ahora se pretende recuperar desde la Ley de Calidad, según parece, lo que no será fácil, pues en cuestiones educativas es casi imposible deshacer los entuertos, recuperar el capital dilapidado, la experiencia acumulada, el conocimiento trasmitido y sedimentado, cuando se ha hecho tabla rasa de todo ello y se ha pretendido partir de cero para el experimento. Sale a relucir el hermosoartículo sobre los catedráticos de instituto que publicó hace poco en este periódico Alfonso de la Serna, a propósito de uno de los más sabios e ilustres, el historiador don Antonio Domínguez Ortiz, a quien hemos perdido recientemente.
Le cuento que cuando yo fui elegido académico de la Española, en 1986, era el décimo miembro de esa Corporación que había sido catedrático de instituto y luego vinieron otros como Adrados, García de la Concha o Lledó: hemos llegado a ser doce los sentados a un tiempo alrededor de la mesa oval, lo que posiblemente quiera decir algo acerca de lo que ese cuerpo docente alcanzó a ser. Para muchos camino hacia la cátedra universitaria, que luego se ha cortado por completo.
Ahora es una especie en extinción, si Dios no lo remedia con la necesaria ayuda de Pilar del Castillo.
Los últimos que van quedando, los de pata negra -porque luego se inventó esa sandez de «la condición de catedrático», para mezclar y enrarecer- están llegando, como mi interlocutor, a esa edad en que ya se permite optar por la jubilación voluntaria y algunos, los que hacen sus cuentas y ven que podrán subsistir, lo aprovechan.
Me habla Estébanez también de mi último artículo, sobre la edad de aprender a leer y escribir, y me cuenta que él, hijo de maestro y maestra, aprendió, naturalmente, prontísimo y que sus padres siempre fueron conscientes de que enseñar las primeras letras era su primera y primordial función. Maestros nacionales ambos, como se llamaron desde fines del XIX, cuando la enseñanza primaria logró salir, gracias al empeño de muchos de ellos, de los inciertos dominios municipales para acogerse a la gestión estatal; catedrático él de Institutos Nacionales de Enseñanza Media, como yo mismo lo fui. Escuela Nacional.

Todo eso ha desaparecido de las nomenclaturas oficiales, porque el sistema autonómico ha troceado la educación. Le cuento que el año pasado me invitaron a dar una conferencia en el País Vasco, donde él tuvo precisamente su primer destino. Público muy numeroso, abundante en profesores, universitarios y de secundaria, y también de escoltas que protegían a no pocos de los asistentes; al terminar, hubo un coloquio muy animado que derivó en seguida hacia cuestiones educativas y de contenidos de la enseñanza. Siempre hay en esos casos quien le pide a uno remedios para determinados males que le resultan evidentes. Y me decidí a decir, no sin cierto recelo, algo que pienso: «Mire usted, ha habido un error de difícil arreglo ya; si el Estado se ha reservado determinadas  competencias que no ha transferido a las Comunidades Autónomas, las de defensa, las de relaciones exteriores, con tanta o más razón debería haberse reservado las educativas».
¿Cómo reaccionaron los oyentes? Una ovación clamorosa: por algo sería.
Le recomiendo finalmente a mi visitante el libro que acabo de leer: La secta pedagógica de Mercedes Ruiz Paz. Licenciada en pedagogía, maestra de primaria en ejercicio, es posiblemente, en este momento, la cabeza más clara de cuantas tratan de estos problemas. Con la seguridad de quien sabe, con la veracidad de quien vive. Y con una prosa transparente, que discurre limpia, sin remansos ni rodeos. Sin pedanterías en una parcela de conocimiento donde la jerga incomprensible es norma y hábito el galimatías expresivo. En el libro de Mercedes Ruiz Paz se entiende todo y se entiende muy bien. Deberían leerlo sin prejuicios todos esos políticos que se aprestan a luchar por obtener poder y escaño en las próximas elecciones generales.
Los de la oposición para reconocer, lealmente, las ruedas de molino pedagógicas que se tragaron cuando legislaban y que están lastrando, irremediablemente, el porvenir de las generaciones afectadas, y poder ofrecer así, sin encastillarse en los evidentes logros cuantitativos, propósitos de enmienda que reparen los estropicios causados y pongan sus miras en lo alto: en los necesarios e inexcusables niveles de calidad y de conocimiento. Y los del partido en el poder para asegurarnos que van a ir más lejos, sin reparos ni miramientos, en la línea emprendida, en la recuperación de saberes y de modales, de todo lo estúpidamente malbaratado o destruido, con refrendo legal, en los últimos veinte años. Porque se ha hablado de caos, yo mismo he escrito alguna vez acerca de la catástrofe en la enseñanza o del desastre educativo. Todos son sustantivos válidos para referirse a la situación creada; pero después de haber leído cuidadosamente ese inquietante libro que digo, pienso que la palabra más ajustada, más propia, es destrozo. Un destrozo consciente y, por lo que se deduce, no enteramente gratuito. Un destrozo que requiere urgentes reparaciones. Estemos, pues, atentos a los programas electorales.

Réplica a Savater.

Sr. Director:

En contestación al artículo escrito por Fernando Savater con fecha 22 de marzo del 2012 en el periódico que dirige, desde la Plataforma por la Libertad Educativa, queremos expresar nuestro desacuerdo con el artículo en general, por la forma de enfocar el tema de la educación y, en particular, los temas de la escolarización y el homeschooling o educación en casa..

Una de las ideas clave de este artículo es la que se expone en la frase final: "Si tenemos que vivir con todos, hay que educarnos con todos.".

Y así es, exactamente. Pero, contrariamente a lo que se expone en el artículo de Savater, en la escuela ni muchísimo menos nos educamos con todos ni con todo. La escuela es un micro mundo artificial y muy distorsionado respecto a la realidad, empezando por la forma de mostrar el mundo a los niños.

Mostrar las gallinas y los patos en dibujos y papel, en vez de mostrarlos en granjas, es absurdo, contraproducente, peligroso y retrasa el conocimiento veraz porque la información está distorsionada (una gallina no huele ni suena ni sabe ni tiene el tacto y el color de un trozo de papel pintado).
Eso, teniendo la posibilidad de ir a conocer las gallinas en persona, tocándolas, oliéndolas, conociéndolas en su entorno y con sus ruidos verdaderos, es una crueldad, producto sólo de la comodidad del adultocentrismo. En la etapa de escolarización son muy contadas las excursiones a granjas o museos, a la vida de verdad y no pintada o dibujada o explicada en libros. Parece que lo importante es tener a los niños encerrados en un espacio el mayor tiempo posible de horas para que dejen tiempo a los adultos para producir, encerrados y juntos para que sean lo más fácilmente manejables.

En cuanto a la socialización: la escuela es también un micro mundo social artificial, donde a los niños se les junta por un criterio de comodidad: tener la misma edad cronológica. A todos los efectos es una barbaridad. Primero porque los niños necesitan tener relación con seres humanos de todas las edades para saber relacionarse con ellos. Así ocurre que los niños escolarizados acaban no sabiendo hablar ni comunicarse prácticamente más que con sus compañeros de edad: no miran a los ojos y no se relacionan abiertamente con adultos desconocidos o con niños de otras edades, a los que suelen tachar despectivamente de "pequeños", "mayores" o "puretas".

También es una aberración que en la misma aula masificada se junten niños de capacidad media con niños con deficiencias o de altas capacidades. Estaría muy bien si en el aula se juntasen como máximo cuatro o cinco niños. Pero de 20 a 30 niños, que es lo que suele haber a partir de primaria, ¿quién en su sano juicio puede pretender que se atiendan las necesidades educativas de cada uno de ellos con ese número de niños, incluso aunque fuesen todos clones?

Los niños escolarizados tampoco se pueden comportar en el colegio de la misma forma en la que se podrían comportar fuera de él, por lo cual, las formas de relacionarse que surgen en el ámbito escolar están condicionadas por el medio: no pueden huir de determinadas conductas abusivas, tipo bullying, ni de sus compañeros ni de sus profesores, aprenden a tener que acatar la autoridad sin discutir la justicia o idoneidad de lo que les mandan, aprenden a someterse, aprenden relaciones viciadas, con un alto grado de violencia que existiría en forma mucho menor si se produjesen las relaciones en la libertad de un espacio voluntario y abierto.

Muchos niños desarrollan un rechazo y rencor interno hacia el hecho de la obligatoriedad de la asistencia, condimentado con el hecho de verse separados de los únicos que les conocen bien y con los que tienen lazos afectivos, sus padres; convivir con ese rechazo y rencor genera conductas desviadas que se contagian entre los compañeros de clase cual gripe o sarampión. Si el servicio militar se entendió que debía dejar de ser obligatorio, con muchísimo mayor motivo habría que dejar de obligar a los niños (seres mucho más vulnerables que los adultos, y aún en formación) a vivir este tipo de experiencias obligatorias, sentadas sobre la base de la autoridad piramidal y en un entorno cerrado y muy limitado, humana y pedagógicamente hablando.

Fernando Savater dixit.

*.- No hay educación si no hay verdad que transmitir, si todo es más o menos verdad, si cada cual tiene su verdad igualmente respetable y no se puede decidir racionalmente entre tanta diversidad.

Marte llena de Agua. ¿Quien lo iba a decir?
*-  Idiota: Del griego idiotés, utilizado para referirse a quien no se metía en política, preocupado tan sólo en lo suyo, incapaz de ofrecer nada a los demás.

*.- Uno no puede hacer nada por las personas que ama, sólo seguir amándolas.

*.- Mi sueño es el de Picasso; tener mucho dinero para vivir tranquilo como los pobres.

*.- Es mejor saber después de haber pensado y discutido que aceptar los saberes que nadie discute para no tener que pensar..

*.-El secreto de la felicidad es tener gustos sencillos y una mente compleja, el problema es que a menudo la mente es sencilla y los gustos son complejos.

Savater: ´Cuando el papá quiere ser amigo del hijo convierte al maestro en domador´

"Hoy los niños llegan al colegio asilvestrados porque los padres quieren ser amigos de sus hijos y eso convierte al maestro en domador, pero ni el papel del maestro es el domador, ni el del papá es el de amigo".
Así definía ayer el filósofo vasco Fernando Savater el papel que debe jugar la familia en la educación de los menores, en el marco de las X Jornadas Municipales Familia y Comunidad organizadas por el Ayuntamiento de la Villa de Agüimes bajo el lema Educando la mirada.
Savater, que impartió ayer la conferencia Persona y Sociedad en la Familia, aseguró que el rol que la familia debe tener en la educación debe distinguirse y a la vez complementarse con el papel de la sociedad. "No pueden ser papeles opuestos, ni enemigos unos de otros, sino complementarios, porque tampoco la sociedad puede ceder la transmisión de valores a la familia. La familia puede ser mejor o peor, pero en cualquier caso la educación no es solo familiar sino social. No educamos para vivir en familia, sino para vivir en sociedad".

El catedrático de Filosofía y de Ética mencionó como ejemplo de conflicto entre padres y escuela la "fricción artificial" que ha generado la asignatura Educación para la Ciudadanía. "Es una asignatura de una sensatez absoluta, pero que por presiones, sobre todo clericales? se ha convertido en una especie de enemiga pública. Esta polémica revela hasta qué punto la gente no sabe distinguir y hay intereses espurios que quieren enturbiar esa relación entre lo que la familia debe hacer y lo que le corresponde a la sociedad".
Fernando Savater atribuyó a la familia el poder de la "identificación afectiva" para educar, un rol que, a su juicio, es tan importante como aleatorio. "La sociedad no puede garantizar que todo el mundo tenga una familia adecuada, quienes hemos tenido la suerte de tenerla es una bendición, pero otros no la han tenido. En cualquier caso, lo importante es que el niño tenga unos adultos con los cuales establecer una vinculación afectiva positiva".

Por otra parte, delegó en la sociedad el deber de garantizar que el niño sea educado socialmente, "porque la familia puede transmitir valores familiares, pero quizás no transmita los valores sociales que interesa a la sociedad. Te puede tocar una familia estupenda o, como ocurre en mi tierra, una familia que enseña a los niños que deben matar guardias civiles. No se puede dejar esos valores sociales en manos de la familia", subrayó.

Para Savater, la autoridad es fundamental en la educación, y mientras la sociedad debe ejercer una autoridad institucional, a la familia le corresponde la afectiva. "El niño se va a identificar con la persona que quiere y con la que convive. Su autoridad no va a ser tanto institucional como sentimental, es el caldo de cultivo con el que el niño está creciendo, está obteniendo lo que le gusta, alegrías, cariño? Eso tiene que aprovecharlo la familia para transmitir conocimientos, valores? y sobre todo, la formación de un carácter que luego capacite para otros estudios más regulares".
Esta misión de la familia la calificó el filósofo como "socialización primaria", cuya función consiste en que abordar las primeras etapas del menor para que aprenda a dar los pasos hacia la socialización. "Que no muerda, no pegue a los más pequeños, escuche a sus mayores... y así, los niños no lleguen al colegio asilvestrados, y el maestro tenga que ser a la vez maestro y domador, para evitarlo está la familia".
Finalmente, Savater defendió la función socializadora de la escuela, no sólo como centro de transmisión de conocimientos sino de pautas de convivencia. "Las aulas son más importantes que cualquier cosa que se enseña dentro de ellas, el estar en el aula con las demás. Es absurdo cuando alguien dice que da lo mismo educar en casa? revela hasta qué punto no se comprende la función socializadora de la educación. Si tenemos que vivir con todos, hay que educarnos con todos", concluyó.