viernes, 22 de febrero de 2013

«BULLYING»



Por CUCA GARCÍA DE VINUESA Escritora/

O yo estoy loca o cada día entiendo menos. El mundo está realmente mal. Una noticia sobre la violencia en las aulas nos escandalizó no hace mucho: el suicidio en Hondarribia (Guipúzcoa) de un joven de catorce años por no poder soportar la presión de unos compañeros.

Inventamos una palabra para definir el acoso en el trabajo; el «mobbing». Y ahora inventamos otra para definir el acoso en el colegio: «el bullying». Explotábamos sin pudor la vida de Carmen Ordóñez y también intentamos explotar la noticia del suicidio de un niño de catorce años que nadie pudo evitar, para no herir la sensibilidad de los «acosadores», sin profundizar realmente en las causas que llevaron a este joven a quitarse la vida.



Ir contracorriente es ir en busca del suspenso social. Pero no me preocupa nada plantear en este artículo que la valentía en la vida es uno de los mejores valores del ser humano. Ir contracorriente hoy en día supone armarse de valor para enfrentarse día a día a los «miedos» que nos anulan a muchos, para defender una serie de valores perdidos y que darían solución a muchos de los problemas actuales, cuyos protagonistas son los jóvenes y los niños.



El acoso escolar existe desde siempre; exactamente igual que el acoso profesional o el acoso sexual. Y hay que andar escondiéndose el alma para que no te atropellen a la hora de hacer cualquier comentario «contracorriente» porque te achicharran o persiguen como «intolerante». Y no hay derecho.

Seamos valientes, vayamos contracorriente y dejémonos de soluciones contra la libertad.

Un joven de catorce años se quitó la vida por ir contracorriente. Y nos quedamos tan panchos.

¿Culpa de los compañeros?; ¿culpa de los profesores?; ¿culpa de la televisión? Claro, los padres somos inocentes. Antes regañábamos a los hijos por portarse mal con un compañero en clase o con sus hermanos. Castigábamos una mala contestación a los padres. Y ahora castigamos a los profesores por exigir a nuestros hijos una mínima disciplina y un respeto. La educación no está de moda y que no se nos ocurra llamar la atención a un joven, podemos traumatizarlo para toda la vida. Qué cosas. A quien hay que regañar y expedientar es a los profesores que no tienen ni idea de enseñanza ni de educación.



En Cantabria en 1999, un 5 por ciento de los niños se quejaban del trato de sus compañeros y un 17 por ciento sufrieron violencia física. Nadie se inmuta, nadie reacciona. ¿Cómo lo solucionamos? Echando la culpa a la falta de vigilancia de los maestros y buscando en los presupuestos del Estado cómo arañar unos euros para instalar cámaras en los recreos y en los pasillos de las escuelas. Manda narices. Y los padres, en casita viendo la tele con una cervecita fría.



Y que conste que no tengo nada contra la tele ni contra la cerveza, y menos aún contra los padres, pero por un momento parémonos a pensar de quién es la culpa de que nuestros hijos sufran acoso en los colegios.

NUESTRA, y punto. Y en ese «punto» está precisamente el defecto de la violencia en las escuelas. Igual que exigimos respeto en nuestros respectivos trabajos y está de moda denunciar el «mobbing», exijamos a nuestros hijos respeto para con los demás.

Hay que educar, tan sencillo como eso. Y educar significa alimentar los valores fundamentales en la familia: la solidaridad y la libertad.

Si en la infancia y en la adolescencia no corregimos en casa las malas formas de nuestros hijos y no permitimos a los maestros encauzar la formación de nuestros hijos; si no somos valientes para enfrentarnos contracorriente a la falta de valores, como la disciplina por miedo a no se sabe qué, nos encontraremos probablemente con noticias diarias tan espeluznantes como la ocurrida en Hondarribia.

¿La muerte de ese niño de catorce años ha servido para algo?

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