Esfuerzo y conocimientos
FRANCESC DE CARRERAS - 04:16
horas - 29/04/2004
Una amiga, inmigrante
ecuatoriana en Barcelona, me contó hace unos días que lamentaba la educación
que recibían sus dos hijas en una escuela pública de Barcelona.
Por un lado, me decía, su hija
de cuatro años –que llegó a España con sólo dos– únicamente sabía hablar en
catalán, reñía a su madre por no utilizar nuestra lengua y, además, su
profesora le decía que por el hecho de vivir aquí no debían considerarse
ecuatorianos porque ya eran catalanes.
Por otro lado, estaba
asombrada de que su hija de doce años no hubiera alcanzado todavía, en los dos
cursos que llevaba en Barcelona, el nivel de matemáticas que había aprendido en
Ecuador.
Además, le parecía mal que la
escuela nunca encargara a la niña trabajos para hacer en casa: en Ecuador, me
decía la madre, pasaba dos horas cada tarde haciendo deberes. ¡Sí, está muy mal
la enseñanza en España!, concluía con naturalidad.
No comentaremos hoy el caso de
la hija pequeña: se trata de un ejemplo más del sectarismo nacionalista de
tantos maestros, auspiciado desde la Generalitat y amparado en una errónea
política lingüística.
Trataremos sólo de aquello que
refleja lo que me contó de su hija mayor: la situación de nuestra enseñanza
secundaria, situación que puedo comprobar personalmente en los estudiantes que
ingresan en la universidad.
En efecto, desde hace años una
gran parte de los estudiantes llegan a la enseñanza superior con una inmadurez
intelectual impropia de su edad, desmotivados para el estudio de una carrera,
sorprendidos y desorientados ante las normales exigencias académicas y, además,
con graves dificultades para comprender un texto, seguir un razonamiento o
expresar, verbalmente y por escrito, conceptos abstractos.
Las causas de esta situación
son, sin duda, muchas y muy complejas, como suele decirse hoy en día de casi
todo. Pero esta abundancia y complejidad no debe llevarnos a la inacción, a la
renuncia a resolver los problemas ni, en sentido inverso, a pensar que en una
materia como ésta las soluciones son fáciles y rápidas.
Nos hallamos por tanto con un
tema complicado que, entre otras cosas, refleja también el nivel cultural de la
sociedad.
Ahora bien, no deja de ser
significativo que todo ello se haya acentuado de manera alarmante en los cuatro
o cinco últimos años, precisamente el periodo durante el cual han ingresado en
la enseñanza universitaria los alumnos que cursaron todos los ciclos de la
Logse, la Ley de Educación secundaria vigente hasta hoy desde 1990.
Por tanto, cabe pensar que
esta Ley algo tiene que ver con la gravedad de la situación actual y que,
probablemente, rectificando algunos aspectos de la misma, se podría no
solucionar pero sí mejorar dicha situación.
En efecto, esta ley es la
mejor expresión de tendencias pedagógicas que, progresivamente, han sido las
dominantes en España desde los años de la Transición.
Estas tendencias tienen como
tronco central un principio básico común: los niños y los jóvenes deben ser
educados en la creencia de que el esfuerzo individual y los conocimientos no
constituyen un elemento esencial del proceso de aprendizaje.
En la escuela, el niño debe
ser ante todo feliz, debe socializarse como persona; en el instituto el joven
debe adiestrarse en saber razonar y en “aprender a aprender”, es decir, en
prepararse para obtener las capacidades necesarias para seguir estudiando a lo
largo de la vida.
Por tanto, y ahí está el
error, en la escuela y en el instituto deben realizarse sólo tareas y
ejercicios encaminados a lograr estos objetivos sin dedicar el tiempo al
estudio de conocimientos substantivos y menos aún a memorizar conceptos,
nombres, fechas y datos.
A primera vista, este
planteamiento es aceptable porque supone un cambio necesario respecto a la
educación anterior, autoritaria y formalista, memorística y poco dada a enseñar
a razonar y argumentar.
Sin embargo, pensándolo
bien, el método tiene evidentes defectos, el principal de los cuales es que sin
disciplina de trabajo –sólo pensando en no agobiar al niño para que sea feliz–
no se trasmite el valor del esfuerzo personal, y sin adquirir conocimientos
substantivos, sin dominar los conceptos ni saber nombre, fechas y datos, es
imposible aprender a razonar y argumentar porque uno carece de los elementos
necesarios para hacerlo.
Esfuerzo y conocimiento son
dos valores ausentes o secundarios en los actuales métodos pedagógicos.
La Logse contribuyó
poderosamente a que ello fuera así, sobre todo por dos razones.
Primera, permitió que el
alumno pasara al curso siguiente sin haber aprobado el anterior, es decir, sin
tomar conciencia de que podía ser suspendido.
Segunda, no había una
prueba general y final que permitiera homologar el nivel de aprendizaje en todo
tipo de centros al haber sido suprimida, ya con anterioridad a dicha ley, la
prueba de reválida.
La LOCE, la nueva norma
aprobada hace unos meses que derogaba la Logse, ponía remedio a esta situación:
no se podía pasar de curso con más de dos asignaturas suspendidas y se volvía a
implantar el examen de reválida. Dos medidas que iban en la buena dirección.
El Gobierno Zapatero se ha
comprometido a modificar esta nueva ley. Esperemos que las modificaciones sean
sensatas: que se mantenga esta posibilidad de suspender y se realice una
reválida al final de los estudios. Dos pequeñas medidas que supondrían un giro
hacia una nueva pedagogía que volviera a exigir y valorar el esfuerzo y los
conocimientos: a igualarnos, en estos aspectos, con el nivel educativo de
Ecuador.
FRANCESC DE CARRERAS,
catedrático de Derecho Constitucional de la UAB
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