La mala educación
Agapito Maestre
La LOGSE, su aplicación y, sobre
todo, su abuso por los partidillos nacionalistas han dejado el peor sistema
educativo que hubiéramos imaginado hace veinte años.
La última encuesta de la OCDE
sobre la educación en España no puede ser peor. Contando con muchos más medios
que en el pasado, las generaciones actuales salen mucho peor preparadas.
La educación, pues, está por los
suelos, pero sale un señor del ministerio de Educación, un higienista del
socialismo realmente existente, y dice que la cosa no es tan mala, porque hemos
conseguido que los niños españoles tengan una "educación más
equitativa".
Todos saben más o menos igual, o sea poco y
malo, pero el morboso socialista dice que no es para alarmarnos, porque hemos
alcanzado un nivel donde ya no hay niños excelentes sino todos son mediocres,
donde el esfuerzo queda reducido al "aprendizaje lúdico" y la
excelencia sustituida por la odiosa "calificación" PA, que nada
califica, excepto elevar lo inferior y agraz del ser humano a canon.
El PA, o sea, todos
"progresan adecuadamente", del PSOE es una de las mayores desgracias
de la educación en España, pero el tipo socialista se siente feliz y satisfecho
del atropello. Minimiza el problema sin sentir vergüenza y sigue diciendo
burradas como si fueran dogmas. Terrible.
Mil y una desgracia pueden
derivarse de ese empeoramiento de nuestra mala educación, pero me gustaría
destacar tres que inciden directamente en la calidad de nuestra democracia:
1º/ Las escuelas, los institutos
y las universidades fueron reconvertidas en jardines de infancia. Nadie tiene
que esforzarse. Todos tienen que aprender divirtiéndose.
2º/ Esa concepción trivial del
aprendizaje lleva a los individuos a una infantilización de sus conductas tan
exagerada que, a veces, el proceso de socialización dura hasta los treinta
años.
3º/ Y, sobre todo, la educación
ha sido reducida, en realidad, asesinada, con las mejores metodologías del
"positivismo" ilustrado, a mera pedagogía, o sea, no hay que saber
matemáticas sino pedagogía de las matemáticas, no hay que aprender contenidos
sino esquemas aproximativos de los genuinos contenidos, etc...
Lo decisivo es pasar la mayor
parte del tiempo encerrado en la "institución" educativa.
Incluso hasta en las
universidades los horarios lectivos, según desea esa cosa infecta que es la
pedagógica CRU, será ampliado no tanto para equipararnos con los europeos como
para que los estudiantes tengan menos tiempo para estudiar y los profesores
menos tiempos para investigar. ¡Ilustrados de pacotilla!
Con esa cultura de salvaje
hedonismo, falso placer, sin responsabilidad y confundiendo medios y fines, no
parece que estemos formando individuos capaces de distinguir argumentos en el
foro público. Más aún, su carencia de instrumentos analíticos y falsas
concepciones sobre el esfuerzo impiden que estos individuos puedan tener criterios
propios sobre la verdad y la falsedad, o sobre los bueno y lo injusto. Sin
embargo, el atildado socialista reitera que estamos en la mejor vía para
alcanzar el ideal socialista: "el igualitarismo" en la educación. La
asilvestrada opinión es típica del socialista de principios del siglo veinte,
que hoy, por desgracia, se ha puesto de moda entre quienes ya han abandonado lo
poco que habían aprendido sobre democracia después de la Segunda Guerra
Mundial, a saber, que sin democracia de individuos, o sea, sin respeto a la
libertad y las ideas meritocráticas que de ellas se derivan no puede hablarse
de democracia.
Poco o nada le importarán al
señor del ministerio, ese que se muestra tan contento con los datos de la
encuestas de la OCDE, estas consideraciones, porque su concepción política de
la democracia, en realidad, es inexistente, o peor todavía, se reduce a que el
Estado le llene la barriga a sus súbditos sin estimularlos a que "se
atrevan a pensar por ellos mismos". Sin embargo, quienes nos irritamos por
ver tratados igualmente a los desiguales, a quienes destacan por su esfuerzo
por encima de los mediocres, pensamos que la educación reducida a mera
alfabetización es la ruina de una nación, porque niega a los hombres excelentes
y pone en su lugar a los inferiores.
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