Por CUCA GARCÍA DE VINUESA Escritora/
O yo estoy loca o cada día entiendo
menos. El mundo está realmente mal. Una noticia sobre la violencia en las aulas
nos escandalizó no hace mucho: el suicidio en Hondarribia (Guipúzcoa) de un joven
de catorce años por no poder soportar la presión de unos compañeros.
Inventamos una palabra para definir el
acoso en el trabajo; el «mobbing». Y ahora inventamos otra para definir el
acoso en el colegio: «el bullying». Explotábamos sin pudor la vida de Carmen
Ordóñez y también intentamos explotar la noticia del suicidio de un niño de
catorce años que nadie pudo evitar, para no herir la sensibilidad de los «acosadores»,
sin profundizar realmente en las causas que llevaron a este joven a quitarse la
vida.
Ir contracorriente es ir en busca del
suspenso social. Pero no me preocupa nada plantear en este artículo que la
valentía en la vida es uno de los mejores valores del ser humano. Ir
contracorriente hoy en día supone armarse de valor para enfrentarse día a día a
los «miedos» que nos anulan a muchos, para defender una serie de valores
perdidos y que darían solución a muchos de los problemas actuales, cuyos
protagonistas son los jóvenes y los niños.
El acoso escolar existe desde siempre;
exactamente igual que el acoso profesional o el acoso sexual. Y hay que andar
escondiéndose el alma para que no te atropellen a la hora de hacer cualquier
comentario «contracorriente» porque te achicharran o persiguen como
«intolerante». Y no hay derecho.
Seamos valientes, vayamos
contracorriente y dejémonos de soluciones contra la libertad.
Un joven de catorce años se quitó la
vida por ir contracorriente. Y nos quedamos tan panchos.
¿Culpa de los compañeros?; ¿culpa de los
profesores?; ¿culpa de la televisión? Claro, los padres somos inocentes. Antes
regañábamos a los hijos por portarse mal con un compañero en clase o con sus
hermanos. Castigábamos una mala contestación a los padres. Y ahora castigamos a
los profesores por exigir a nuestros hijos una mínima disciplina y un respeto.
La educación no está de moda y que no se nos ocurra llamar la atención a un
joven, podemos traumatizarlo para toda la vida. Qué cosas. A quien hay que
regañar y expedientar es a los profesores que no tienen ni idea de enseñanza ni
de educación.
En Cantabria en 1999, un 5 por ciento de
los niños se quejaban del trato de sus compañeros y un 17 por ciento sufrieron
violencia física. Nadie se inmuta, nadie reacciona. ¿Cómo lo solucionamos?
Echando la culpa a la falta de vigilancia de los maestros y buscando en los
presupuestos del Estado cómo arañar unos euros para instalar cámaras en los
recreos y en los pasillos de las escuelas. Manda narices. Y los padres, en
casita viendo la tele con una cervecita fría.
Y que conste que no tengo nada contra la
tele ni contra la cerveza, y menos aún contra los padres, pero por un momento
parémonos a pensar de quién es la culpa de que nuestros hijos sufran acoso en
los colegios.
NUESTRA, y punto. Y en ese «punto» está
precisamente el defecto de la violencia en las escuelas. Igual que exigimos
respeto en nuestros respectivos trabajos y está de moda denunciar el «mobbing»,
exijamos a nuestros hijos respeto para con los demás.
Hay que educar, tan sencillo como eso. Y
educar significa alimentar los valores fundamentales en la familia: la
solidaridad y la libertad.
Si en la infancia y en la adolescencia
no corregimos en casa las malas formas de nuestros hijos y no permitimos a los
maestros encauzar la formación de nuestros hijos; si no somos valientes para
enfrentarnos contracorriente a la falta de valores, como la disciplina por
miedo a no se sabe qué, nos encontraremos probablemente con noticias diarias
tan espeluznantes como la ocurrida en Hondarribia.
¿La muerte de ese niño de catorce años
ha servido para algo?
No hay comentarios:
Publicar un comentario